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Pasillos ciegos

Partimos de un accidente vial absurdo —acaso no lo es todo accidente—. Luego nos golpea el proceso de rehabilitación, que traza un antes y un después en la vida del protagonista, Francisco. Su rutina, su militancia, sus días de estudiante, sus amores y todos sus vínculos se entretejen en una constante que nos lleva a preguntarnos: ¿la recuperación es la única espera que absorta al hombre?

Pasillos ciegos da comienzo a la producción literaria de Felipe Arriagada y, siendo su ópera prima, ya muestra todas las aptitudes con las que nos cautivará con el correr de los años.

Felipe Arriagada

Ilustraciones de Mar Joppich

PVP: $15.000

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(...) Francisco pregunta cómo es una ciudad-fábrica. Lo primero, dice Raúl, es imaginar un baldío cubierto de piedras, en el medio de un desierto o un descampado en una zona arrasada de selva, una alfombra de aserrín de árboles milenarios, y luego hileras de camiones cargando vigas sin color. Imaginar galpones levantados en tres o cuatro semanas, paneles cerrando cuadriláteros amplios como pueblos. Pensar entonces en las máquinas, traídas con cuidado desde la capital y, a la vez, en los hombres y mujeres traídos sin delicadeza, de pueblos polvosos, de calles estrechas. Hombres y mujeres cuyos barrios, cuyas ciudades, cuya vida, cabe completa en esos galpones altos como el cielo, que parecen estar desde siempre. Y luego el día a día, trabajar en las máquinas, a veces perder un dedo, una mano, fabricando productos baratos para venderse en otros países. A la hora de dormir caminar dentro de la misma fábrica hasta los dormitorios, las paredes del mismo color ocre que rodea las máquinas. Pasar así el tiempo, los meses. En la faena, en los dormitorios, el capataz como un buitre, rondando, respirando en la nuca. (...) Con los compañeros de trabajo, conversar cosas de todos los días, sobre la comida, sobre el clima que no cambia en ese peladero tan lejos de todo, hasta de ellos mismos. Y entonces de pronto sentir que hay alguien en quien confiar. Tener a uno, ser dos. Iniciarlo en algún resquicio, al lado de unos basureros, un baño, una salida de emergencia. Esconder periódicos debajo del colchón. Entre los dos identificar a otros. Ser tres, ser siete, no todavía veinte, pero quizás quince. Volver al pueblo, informar, el partido que recomienda la paciencia, lo gris del trabajo. Informa que otros camaradas se han activado en fábricas cercanas. Volver a la ciudad-fábrica. De a poco armar un movimiento. Convencer a los turnos, a los grupos de amigos, entonces levantar una huelga, dos, tres, simultáneamente en varias fábricas. Prender en fuego en la carretera, aparecer en las noticias, hasta negociar una salida. Cambio en las condiciones laborales, alza de sueldos. Y entonces la normalidad, por una o dos semanas, el tiempo necesario para que las cosas se enfríen. Comienzan los despidos y de pronto todos son devueltos a sus pueblos, de a poco, en oleadas mínimas, son paleados fuera de la ciudad-fábrica. A veces hay asesinados disfrazados de desapariciones, de suicidios. Pero el partido vuelve a intentarlo. Una vez y otra hasta que en tres, cinco, diez, años, vuelva a pasar algo. (...)

Fragmento de Pasillos ciegos (Hora mágica, 2021).